LA HISTORIA DEL HOSTELERO

QUE TRABÓ AMISTAD CON SU ÚNICO EMPLEADO A PARTIR DEL DÍA EN QUE TUVO QUE DESPEDIRLE

En una esquina de la terraza, hacia el mediodía, veréis a un joven sentado. El dueño se acercará a él obsequioso y le preguntará qué desea. Parece que se supiera la carta de memoria. Pronto, Tere, le habrá preparado su exquisita elección. Hoy apenas había nadie comiendo y Manolo se ha sentado con él. “Sabes que, si me lo dijeras, me ponía a trabajar contigo, aunque no me hicieras contrato”. “Eso no puede ser, Rida. Ten paciencia, ya saldrá algo. Aquí no te va a faltar nunca tu plato, salvo que tenga que cerrar”. Rida es libio. Llevaba tres años trabajando en el restaurante. Nunca habló demasiado. Estuvo de ERTE en el confinamiento. Volvieron a abrir con muchas esperanzas, pero la vuelta fue desastrosa. Hace tres semanas sorprendió llorando a Tere. No tenían dinero para pagarle. Dijo que no se preocuparan, que él se iría sin más. Lloraron los tres, en silencio, se abrazaron con la mirada y Manolo le prometió que, en adelante, comer… comería siempre allí, en su casa.

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