Ya no se hablaban. Ella, demasiado mayor y encadenada a su silla de ruedas, no había podido levantarse e ir por sí sola a recibir la vacuna. Su hijo había decidido por su cuenta que ella no se vacunaría y así se lo dijo por teléfono a la responsable del hospital cuando llamaron para citarla. La pandemia era una mentira y la vacuna un abyecto negocio. Cuando ella empezó a sentir calor y percibió que había perdido el olfato, descubrió también que ni siquiera tenía fuerzas para llegar hasta la ventana.