LA HISTORIA DE UNA GALERISTA

QUE CONVOCÓ A SUS CLIENTES Y AMIGOS A LA PUERTA DE SU NEGOCIO

Los invitados fueron llegando, pero esta vez no entraban en el local, sino que se iban repartiendo por la placita que había frente a la galería. Allí estaba Sandra, elegantísima como siempre, esperándoles y agasajándoles con una copa de aquel delicioso vino de Almansa del que había hecho su bandera. Todos estaban intrigados, pensando en la forma en la que hoy les sorprendería, pues sabían que las convocatorias de Sandra siempre guardaban algo escondido… una visita de altura, una performance, una pintura inesperada, una peculiar mixtura de arte y gastronomía o de arte y música. Esta vez, sin embargo, no hubo nada de eso. Tan sólo esperó a que todo el mundo estuviera a gusto para decirles que tenía que cerrar, que – después de veintiocho años – tenía que cerrar y que les quería. Nueve meses habían bastado para acabar con el sueño de una vida y, en un grito quedo y sosegado, dijo que también el arte estaba amenazado por aquella horrible pandemia.

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