POR LA PERSONA QUE LE BRINDABA LA AYUDA A DOMICILIO Y DE CÓMO SE SINTIÓ ÉSTA
No saber. No haber sabido. Ahora daba igual. Rafaela agonizaba en el hospital por su culpa, por haberla tocado para moverla, seguramente por haber tenido un segundo de confianza, por haber tocado un vaso o una mesa. Si al menos hubiera tenido algún síntoma, algo que le hubiera permitido detectar la enfermedad en sí mismo. De poco le valió a la pobre Rafaela llevar casi siete meses confinada, sola, sospechando más de sus 90 años que del virus. De poco le valió que Rafa – cuántas veces bromearon sobre sus nombres – fuera su único nexo con la realidad. Ahora él trataba de decirse que era un accidente – porque había sido un accidente – y que, al menos, ella seguiría pensando como antes que él era la única persona que le había dado la vida en aquellos desolados meses.