LA HISTORIA DE LA ENFERMERA QUE PONÍA VACUNAS

CUYA MADRE MURIÓ SIN VACUNAR

Sus labios no podían dejar de temblar y su boca se combaba en aquel puchero inacabable, que describía amargamente su impotencia. Mamá había muerto y ella lloraba sin emitir un solo sonido. Un llanto sordo, arrebatado, que le cerraba los ojos. Había perdido las propias fuerzas para hablar. Mamá había muerto. No había llegado a la vacuna. Y luego, ella – tras el permiso por fallecimiento – volvería al hospital a seguir vacunando… volvería a ver a alcaldes de pueblos, a autoridades, a gente trajeada, joven y de mediana edad, que ninguna de las compañeras sabría muy bien qué filtros habían pasado, pero que sea como fuere estarían allí, en el lugar en el que ya nunca estaría su pobre madre.

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