Su padre había montado el bar “El Futuro” en aquel mismo inmueble, justo el año en el que el ser humano puso el pie en la luna. Desde entonces, en el barrio, siempre se habían hecho bromas con el nombre. “Nos hemos quedado sin futuro” decían cada vez que cerraban diez días en agosto. Roci cogió el negocio cuando su padre se jubiló y en los veinticinco años que lo había llevado, con épocas mejores y peores, con crisis y sin ellas, siempre había tirado para adelante. Nadie olvidará, por ejemplo, el año 1999, cuando el bar repartió un quinto premio de la Lotería, que a casi todos les dio un empujoncito aquellas Navidades. Sin embargo, desde que cerró en marzo todo había empezado a ir mal. Nunca antes había pasado el día entero en casa y menos aun contando cuánto estaba perdiendo cada mañana, cada tarde, cada noche. Luego, volvió a abrir a ratos sin usar la barra y las insignificantes ocho sillas de su terraza se convirtieron en una nueva ocasión para la angustia. Finalmente, se enteró de que se había ordenado un nuevo cierre a causa de los rebrotes. Ahora se pregunta quién le dará un final feliz a su historia.